Muchas agencias y profesionales del marketing y publicidad cometen -frecuentemente- un error importante: se dedican impresionar a su cliente, sin preocuparse tanto porque el impresionado sea el correcto; es decir, el cliente de su cliente.
Esta estrategia da resultados de corto plazo favorables, porque mientras esté conforme -e impresionado- quien los contrata, el negocio avanza. Pero, en algún momento, comienza a notarse que no es suficiente impresionar al cliente, sino que, además, el trabajo debe lograr objetivos para la empresa. Ahí, la cosa se complica.
Es razonablemente fácil lograr la aprobación de unas pocas personas dentro de una compañía, pero el verdadero desafío es que los clientes de esa compañía aprueben con sus billeteras el trabajo realizado.
Cualquier proyecto de mediano plazo tiene que consistir en obtener la aprobación del cliente de nuestro cliente, porque -indirectamente- es quien define si el trabajo ha sido realmente bueno.